JEAN DUBUFFET. EL VIAJERO SIN BRÚJULA
11/07/2018 – 14/10/2018
El título de una pintura de 1952, El viajero sin brújula, hace las veces de emblema de esta exposición de Jean Dubuffet (1901-1985), artista prolífico que convirtió el no-saber en principio regulador de su singular creación, jalonada por conjuntos seriales de obras. La imagen del viajero sin brújula concuerda con un artista enemigo de las convenciones no solo pictóricas, también sociales. Las investigaciones con materiales sirven de hilo conductor para postular la centralidad de la materia en la obra, según una idea que el artista aquilata incesantemente. Como él mismo se encargó de señalar, «El arte, que debe ser producto del material y la herramienta, ha de conservar el rastro de la herramienta y de su lucha con el material. El hombre tiene que expresarse, pero también la herramienta y el material también.» (1)
Los «primeros trabajos» de Dubuffet, registrados como tales por el artista, se remontan a 1942. A ellos trasladó su interés por los dibujos infantiles, los grafitis y el arte bruto, expresión acuñada por el artista en 1945 para referirse a la producción artística de personas totalmente ajenas al mundo de la cultura, que de manera sistemática se dedicó a estudiar y coleccionar. Las obras anteriores a 1942, de factura más clásica y aún tributarias de diversos estilos, recibieron la etiqueta de «prehistoria» y el artista hizo lo posible por ocultarlas. Y es que el proyecto de Dubuffet consistía en operar en la mente del pintor un descondicionamiento, con la intención de provocar un cambio de perspectiva y de mirada sobre las cosas y el mundo. El artista debía renunciar a todo orden estético, de ahí que en las primeras obras reivindicadas por Dubuffet predominen rasgos como la frontalidad, la torpeza del dibujo y la libertad en el manejo de los colores. Asimismo de esta época son los escritos fundacionales de su concepción de la pintura. Fiel reflejo de sus «posicionamientos anticulturales», (2) estas ideas evolucionaron en un plano literario paralelo a la carrera de pintor de un creador que prefirió siempre la compañía de escritores a la de otros artistas.
En permanente búsqueda de innovaciones pictóricas, Dubuffet se alejó de la figura en la década de 1950 para volcarse en investigaciones matéricas. Sus obras adquirieron entonces el aspecto de visiones a ras de suelo, concebido este como un tejido continuo y vibrante. Las «Celebraciones del suelo», con sus paisajes de guijarros, tierra y arena, son exploraciones de turbulencias telúricas que tendrán continuidad en la serie «Fenómenos», conjunto de litografías realizadas entre 1958 y 1963. Todas estas investigaciones parecen desembocar en el ciclo «Materiologías», cuyas simulaciones de terrenos escabrosos suponen a la vez su apoteosis y culminación. La audacia formal de Dubuffet condujo al artista a exhumar la figura, en una nueva serie en la que plasma el alegre y abigarrado tumulto de la ciudad redescubierta. No tardan los alveolos coloridos y temblorosos que la recorren, sin embargo, en ceder el paso a otro ciclo, «L’Hourloupe», anunciador de la auténtica forja de un nuevo lenguaje, compuesto por una alternancia de células lisas y rayadas y una gama de colores reducida al negro, blanco, rojo y azul. En «L’Hourloupe» trabajó Dubuffet doce años, de 1962 a 1974, aplicando su nuevo vocabulario tanto a las obras bidimensionales como a la exploración de volúmenes y la arquitectura, así como a la creación de un espectáculo sin precedentes, el Coucou Bazar, en el que gradualmente integra personajes a series de «recortables». En la trayectoria de Dubuffet también destacan otras grandes series, como los «Psicositios» y las «Miras», con las que el artista propone nuevas lecturas del mundo, reinventadas cada vez, que le permiten cuestionar nuestra percepción, hasta la última de ellas, la serie de los «No-lugares», con cuya gestualidad inclasificable concluye esta obra radical.
Comisaria: Sophie Duplaix